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miércoles, 29 de abril de 2015

EL
 PROCESO DE DUELO 
EN 
LOS 
NIÑOS

Bastantes
 adultos
 consideran
 que
 los
 niños
 pequeños
 no
 comprenden
 la
 muerte
 ni
 se
 sienten 
afectados 
por 
ella, 
pero no
 es
 así. 
Esta
 falsa 
idea 
se 
desprende 
de 
su
 forma
 de 
comportarse 
muchas
 veces
 como
 si
 no
 hubiera
 pasado
 nada. 
El
 niño
 tiende
 a
 vivir
 más 
en
 el
 presente, tiene 
lapsos 
de 
atención 
más 
cortos 
y 
se 
distrae 
con 
facilidad, 
por 
lo 
que 
son 
más 
las ocasiones 
en las
 que
 puede
 olvidarse
 de
 su
 aflicción, actuando
 como
 si
 nada
 hubiera
 pasado.
 Eso
 no
 quiere decir
que 
haya 
olvidado 
al 
difunto
 o
 que 
no 
lo 
eche 
de 
menos
.




Diversas
 investigaciones 
comprueban
 que 
los 
niños
 son
conscientes 
de 
la 
muerte
 y
 pueden sentir 
una 
gran 
aflicción
por 
la 
de 
un 
ser 
querido. 
Los 

niños 
alcanzan 
un
entendimiento 
de 
ambos,
 enfermedad
 y
 muerte,
 en
 diferentes
 etapas,
 a
 través
 de
 un
 proceso
 que
 depende
 de
 su
 nivel evolutivo
 y
 madurez 
cognitiva, 
más 
que 
de 
su 
edad
cronológica. 





Generalmente
 a
 partir
 de
 los
 nueve
 años 
los
 niños
 poseen
 una
 noción 
madura
 de 
lo
 que
 significa 
morir,
 aunque
 esta 
edad
puede
 verse
 considerablemente
 disminuida,
 y
 así 
se 
ha demostrado 
que 
algunos 
niños muestran
 conciencia
 de 
la universalidad 
de 
la 
muerte
 tan 
pronto 
como 
a 
los 
cuatro 
años.
 Estudios realizados 
con 
niños 
que 
padecen
 una enfermedad
 terminal
 han 
revelado
 por 
ejemplo 
que, 
como consecuencia 
de 
su 
experiencia 
directa 
y 
cotidiana 
con ella, 
tienen
 de
 la 
muerte
 un 
conocimiento más 
exacto, completo 
y 
profundo, 
que 
niños 
saludables
 de
 su 
misma 
edad.

Otras
 experiencias
 personales
 (muertes
 de
 parientes
 cercanos, 
de 
animales
 domésticos,
 ideas
 transmitidas
 en 
la
 familia 
y 
en 
la 
escuela,
etc.)
 también pueden 
favorecer 
el 
que
los 
niños 
de 
corta 
edad
 consideren 
la 
muerte 
como
 universal 
e 
inevitable.

En
 general,
 el
 desarrollo
 del
 concepto
 de
 muerte
 va
 a
 depender
 de
 tres
 factores
su 
nivel 
de 
maduración,
 su
experiencia 
y 
el 
conocimiento
 del 
tema 
a 
través
 de 
la información
 aportada 
por 
otras 
personas 
(ej:
padres, abuelos, 
profesores, 
etc.).

Las 
teorías 
acerca 
de 
la 
adquisición 
de
 concepto 
de 
muerte 
en
sucesivas 
etapas 
representan
 una
 expansión
 de
 los
 trabajos
 originales
 que
 realizó
 Nagy
 (1948)
 en
 niños
 húngaros
 de
 la posguerra.
 Basándose
 en
 sus 
resultados, 
Nagy
 definió 
tres etapas 
principales 
en 
la 
adquisición
 del concepto 
de 
muerte: la
 muerte 
como 
partida
 o
 sueño, 
la 
muerte 
como 
hecho negativo 
inevitable que 
es 
consecuencia
 de 
malos comportamientos,
 y
 la 
muerte
 como
 una 
experiencia 
universal 
que representa 
el
 final 
de 
la
 vida 
corpórea. 
Algunos
autores,
 posteriormente,
 han 
corroborado
 estos hallazgos
aunque
 otros 
no.

Actualmente, 
más 
que
 el 
establecimiento 
de 
una 
serie 
de
etapas, 
los 
estudiosos
 del 
tema indican
 una
 serie
 de
 ideas
 asociadas
 a
 la
 muerte
 relacionadas
 con
 un
 rango
 de
 edad
 (Die
 trill,
 1996, 
Lafuente,
1996). 
Estas 
son 
las 
siguientes:

Hacia
 los 
cuatro 
o 
cinco
 años 
los 
niños 
empiezan
 a
 desarrollar 
algunas
 nociones
 acerca 
de la 
muerte
 por 
ejemplo, 
el 
niño
 observa
 que 
la 
ausencia 
de 
movilidad
 es 
una
característica 
de 
los organismos
 muertos. 
Piensa 
que 
la
muerte 
es 
algo 
temporal 
causado 
por
 una
 fuerza 
externa 
de 
la

cual 
no 
es 
imposible 
el 
rescate, 
y 
que 
los 
muertos
 comen,
oyen, 
respiran,
 ven 
y 
piensan.
 Durante esta 
etapa 
rige
 el
pensamiento 
mágico. 
Es 
por 
ello 
que 
con 
frecuencia 
la
enfermedad
 y 
la 
muerte se 
perciben
 como 
un 
castigo 
por malos 
pensamientos 
o 
acciones.
 Se
 asocia
 la 
muerte 
a 
la 
vejez
y no
 se
 relaciona
 con
 las
 personas
 próximas,
 ni
 consigo
 mismo.
 

A
 medida
 que
 el
 niño
 crece,
 su
 experiencia
 le
 lleva
 a
 conocer
 otras
 cosas
 que
 pueden
 provocar
 la
 muerte
 además
 de
 la
 vejez:
 accidente, 
enfermedad
 y 
violencia.

Entre
 el
 quinto
 y
 el
 noveno
 año
 (etapa
 escolar)
 el
 niño
 comprende
 que
 los
 organismos
 muertos
 no
 sólo
 permanecen
 inmóviles
 sino
 que
 también
 desaparecen.
 Fantasías
 y
 realidad
 se
 siguen
 confundiendo
 en
 la mente
 del
 niño,
 de
 modo
 que
 no
 es
 sorprendente
 que
 
 relacione
 la
 muerte 
con 
el 
sueño 
o 
con
un 
ser
 sobrenatural.


A
 partir
 de
 los
 nueve
 años,
 la
 mayor
 parte
 de
 los
 niños,
 poseen
 un
 concepto
 maduro,
 abstracto 
de 
la 
muerte 
que
implica: 
universalidad, 
irreversibilidad
 y
 permanencia 
(Die
Trill,
1996).





En
 cuanto
 al 
proceso 
de 
duelo, 
los 
niños
 suelen 
pasar 
en 
su
duelo 
por 
etapas
 similares
 a
 las descritas
 en
 los
 adultos
 (Lafuente,
 1996).
 Los
 síntomas
 más
 comunes
 del
 duelo
 infantil
 son
 conducta
 regresiva
 superdependiente,
 miedos,
 ansiedad
 de
 separación,
 trastornos
 del
 sueño, problemas
 de
disciplina,
 impaciencia 
y 
desasosiego, 
dificultades 
de aprendizaje,
 trastornos 
de 
la alimentación,
 enuresis,
 conducta
 agresiva,
 conducta
 inhibida,
 aislamiento
 social
 tristeza,
 depresión,
 fantasías 
de 
muerte,
 quejas
 somáticas,
sentimientos 
de 
culpabilidad, 
de 
desamparo
 y
 de
 rechazo,
 rabietas, 
y
 explosiones 
emocionales
 (Lafuente,
1996).


Cuanto
 más
 pequeños 
son 
los
 niños
 más 
probable
 es 
que
muestren 
síntomas
 conductuales 
(Lafuente,
1996).

En 
nuestra
 sociedad
 es 
bastante 
habitual
 mantener 
apartados a 
los 
niños 
de 
la 
muerte 
y 
de cuanto
 la
 rodea
 y,
 con
 frecuencia
 se
 les
 oculta
 información
 o
 se
 enmascara, proporcionándoles información
 deformada
 y
 equivoca.
 No
 es
 raro
 que
 se
 le
 diga
 a
 un
 niño
 pequeño
 que
 quien
 ha muerto
 se
 ha
 ido
 de
 viaje,
 que
 ha
 sido
 trasladado
 a
 otro
 hospital,
 que
 es
 como
 si
 se
 hubiera
 dormido, 
o 
que 
se 
ha 
ido 
al 
cielo.
 Todas
 estas
imprecisiones 
pueden
 acarrear
 más 
inconvenientes
 que
 ventajas
 (Lafuente,
1996).

Por
 ejemplo,
 la
 última
 explicación
 resulta
 lógica
 en
 una
 familia
 creyente,
 pero
 provoca discrepancias 
en
 una
 que
 no 
lo
es.
 Y
 en
 cualquier
 caso,
 si
 no
 se 
le
 dan
 explicaciones
 precisas
al
 niño,
 éste
 puede
 pensar
 que
 el
 cielo
 es
 un
 lugar
 distante,
 pero
 del
 que
 se
 puede
 volver.
 La
 explicación
 que
 utiliza 
la metáfora
 del 
sueño, 
puede
 conducir 
a 
que 
el 
niño
 considere
que 
irse 
a dormir
 es 
peligroso. 
El 
viaje 
o 
el 
traslado
 no 
son sino 
una 
forma
 de 
demorar 
la 
noticia.

Hablar 
con
 un
 niño 
acerca
 de 
la
muerte
 suscita
 elevada ansiedad
 en 
los 
adultos,
 pero 
es importante
 que
 fomentemos
 una
 comunicación
 clara
 en
 las
 familias
 donde
 se
 ha producido
 la muerte
 de 
un 
familiar 
significativo
 para 
el 
niño.


Debemos 
tener 
en 
cuenta
 que 
el 
nivel
 cognitivo 
y la experiencia 
de 
un 
niño 
son 
menores,
 por 
lo 
que
 es
 más 
fácil
que 
haga
 inferencias 
erróneas 
si
no se 
le 
ofrece 
información clara
 y
 precisa,
 o
 si
no 
se 
le 
deja 
hacer 
preguntas.
 Por
 eso 
es

importante proporcionar
 al
 niño
 una
 información
 veraz
 y
 adaptada
 a
 edad,
 así
 como
 permitir
 que
 nos
 pregunte,
 aclarando
 sus
 dudas,
 errores
 y
 temores.
 A
 veces
 los
 niños,
 como
 consecuencia
 de
 la
 pérdida,
 pueden
 temer
 otras
 pérdidas
 y
 esa
 ansiedad
 puede
 llevarles
 a
 conductas
 difíciles
 de
 comprender: 
se 
pueden
 mostrar, 
por 
ejemplo, 
muy
 ansiosos 
ante 
cualquier 
situación
 que 
implique separación
respecto
 a
 sus 
figuras 
de 
apego.

No
 existe 
una 
manera
 apropiada
 o 
correcta 
de 
hablar 
sobre 
la
muerte 
con
 un 
niño. 
Si
 existen 
términos 
que 
facilitan
 el diálogo
 y
 maneras 
de 
comunicarse
 que 
favorecerán 
la aceptación 
de la
 información
 por
 parte
 del
 niño,
 y
 la
 expresión
 de
 sus
 ansiedades.
 El
 tono
 de
 voz
 y el comportamiento 
no 
verbal 
frecuentemente
 transmitirán
tanta 
información 
como
 la 
conversación misma.
 De
 ahí
 la importancia 
del 
contacto 
físico 
durante
 la 
discusión. 
Se 
debe hablar 
con
 sencillez y
 ser 
consistentes 
en 
la 
información 
que
se 
transmite.
 Se
 deben 
evitar,
 asimismo, 
las
 explicaciones

demasiado
 detalladas
 que
 puedan
 confundir
 al
 niño,
 y
 los
 conceptos
 que
 se
 transmitan
 deben
 traducirse
 al 
lenguaje 
y
nivel 
de 
comprensión
 del 
niño 
(Die
Trill,
1996).

Se
 debe
 evitar
 el
 uso
 de
 eufemismos
 o
 palabras
 que
 pueden
 crear
 confusión
 o
 tener
 significados
 diferentes
 para
 el
 niño,
 utilizándose
 los
 términos
 “muerte”
 o
 “morir”
 cuando
 sea

necesario.
 Así,
 es
 más
 adecuado
 decir
 “Juan
 se
 ha 
muerto”
 que
 “hemos
 perdido
 a
 Juan”
 o
 que
 “Juan
 está
 haciendo
 un
 viaje
 del
 que
 nunca
 va
 a
 regresar”.
 Se
 debe
 aclarar,
 asimismo,
 que
 la
 muerte
 no
 es
 el
 resultado
 de
 malas
 acciones
 o
 pensamientos,
 así
 como
 se
 deben
 observar
 las
 reacciones 
del
niño 
y 
responder
 a
 sus 
preguntas 
honesta
 y
 sencillamente
(Die
Trill,
1996).

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