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sábado, 25 de julio de 2015

EL PROCESO DE DUELO EN CASOS DE SUICIDIO

La muerte por suicidio deja tras de sí muchas preguntas: ¿por qué lo hizo? ¿Podíamos haberlo evitado? ... Por más que lo intentas, no consigues entender las razones que le llevaron a quitarse la vida. Procura no atormentarte demasiado buscando el porqué, y con el tiempo algunas respuestas irán saliendo a la luz.  



Es frecuente también un sentimiento de vergüenza, que lleva a no querer hablar de las circunstancias de la muerte. 

Algunas personas necesitan mucho tiempo solamente para pronunciar la palabra suicidio. Seguramente te invade también un sentimiento de culpabilidad. Te puedes sentir mal por algo que dijiste o hiciste. La sensación de culpa es algo perfectamente normal después de una muerte de estas características. Uno se reprocha el no haberse dado cuenta de lo mal que estaba... y suele quedar una fuerte sensación de no haber sabido cuidarle. Piensa que con el tiempo, pasarás simplemente a lamentar algunas cosas del pasado, y que llegará el día, en que sólo quede un sentimiento de impotencia ante la muerte.



Después del suicidio de un ser querido, puede ser natural sentir mucha rabia y enfado hacia la persona que te abandonó (¡Cómo has podido hacerme esto!), hacia Dios que no hizo nada por impedirlo,  y hacia todos los que han podido contribuir directa o indirectamente en la realización de esta acción desesperada. La rabia es un sentimiento pasajero, y como tal, irá disminuyendo. Mientras tanto, busca formas positivas de canalizar tu cólera, sin autocastigarte y sin herir inútilmente a otras personas.  

Si tu ser querido era una persona depresiva o había realizado varios intentos de suicidio es muy natural que se den a un mismo tiempo sentimientos aparentemente contradictorios: por un lado una gran tristeza por su pérdida, pero también un gran alivio porque todo ha terminado; ya no habrá que preocuparse más porque lo peor, lo más temido ya ha pasado. 

Convivir durante años con una persona que sufre así es muy doloroso para todos.

Recuerda que no pudiste elegir por él o por ella, y que la decisión del suicidio fue enteramente suya. Acepta también que a pesar de lo que hayas podido decirle, tus palabras no han tenido nada que ver con su decisión.

A medida que la tormenta de emociones vaya calmándose, surgirá poco a poco la aceptación. Date tiempo para llegar allí, un duelo por suicidio necesita más tiempo para sanar. Se paciente contigo mismo y verás el día que aceptes su elección.

Si sientes deseos de quitarte la vida, no esperes, y antes de que puedas hacer algo irreversible, acude a un profesional que te ayude a buscar alternativas y a utilizar todos tus recursos personales para salir adelante.

El sufrimiento puede enseñar a dar un nuevo sentido a la vida, a cambiar tus valores y tus prioridades. Quizás ahora te parezca imposible, pero irás encontrándote mejor, serás capaz de perdonar, y llegara un



En duelo después de un suicidio

Documento elaborado por la asociación francesa de ayuda en el duelo Deuil après suicide: Traduccido y adaptado por Alain Giacchi

Como seres humanos nos cuesta aceptar que somos mortales, y cada vez que la muerte nos golpea, parece como si fuera la primera vez. Cada duelo es único. No hay jerarquías en el mundo del dolor. Cada uno vive su duelo a su manera. El proceso dependerá de las relaciones afectivas previas con el difunto, de las circunstancias de la muerte y de la forma de ser del que se queda. Dependiendo de cada caso, el “trabajo de duelo” que es necesario realizar será más o menos difícil, más o menos largo. 

Cuando se trata de un suicidio, se ponen en juego determinadas circunstancias que pueden llevar a la persona en duelo hacia dificultades particulares. La muerte parece que ha hecho trampa: se ha llevado a alguien a quien todavía no le había llegado la hora. Se trata de una muerte para la cual uno generalmente no se ha podido preparar y en la que el propio fallecido es el autor.  

El suicidio se vive como una trasgresión de las leyes naturales, una trasgresión estigmatizada desde antiguo por la sociedad, las leyes y las religiones. La persona en duelo se va a ver inmersa en una situación especialmente agotadora. Agotadora porque no comprende, porque duda incluso que haya podido ser así, porque se rebela contra Dios o contra el destino, contra el hecho mismo del suicidio. Agotadora porque se siente culpable “si lo hubiera sabido, si me hubiera dando cuenta, si…si…si…”. Se  puede sentir también asediada en cualquier momento por las imágenes traumáticas de la muerte. Quizás no encuentre tampoco en su entorno la ayuda que hubiera recibido de tratarse de una muerte por accidente o enfermedad.

Me siento aplastada por un inmenso dolor

El suicidio de un ser querido provoca un estado de shock emocional, especialmente si no existía ningún indicio de que pudiera ocurrir. Este estado puede durar horas, días, incluso más tiempo.

“Es como si me hubiera caído el mundo encima, como si el mundo se hubiera parado. Me siento como anestesiada, como si esto no me estuviera pasando a mí”

No es posible por el momento asimilar todo el dolor, toda la carga de emociones. Esta muerte tan repentina, tan dramática, tan violenta sumerge durante un tiempo en un estado de intensa perturbación a todas las personas cercanas al fallecido.

El suicidio es vivido como un autentico seísmo. Pero pasado esos primeros momentos, estas reacciones perfectamente naturales y compresibles, darán paso al trabajo de duelo, un tiempo largo y doloroso, pero también necesario.

No comprendo lo que ha pasado

Todo suicidio tiene su parte de misterio. Para comprender a la persona que se ha suicidado tendríamos que ser ella. Y ni siquiera en ese caso, ya que ni ella misma sería seguramente consciente de la causa profunda, incluso secreta de su sufrimiento. Todo lo que podemos decir es que se ha suicidado porque estaba en un estado de sufrimiento tal que la vida se había vuelto intolerable. Para poner fin al sufrimiento, para que éste cesara, no encontró otra solución que quitarse la vida. Querer comprender más allá, solo sirve para torturarse, es hacerse preguntas que corren el riesgo de no encontrar jamás una respuesta. La crisis suicida puede tener varios significados; obedece a varias causas, es 
evolutiva y se vive en lo más íntimo de la persona.

Admitir que la persona que se ha suicidado se ha llevado con ella su parte del misterio, y que más que juzgarla, se trata de esforzarse en aceptar que no podremos nunca comprenderlo todo. Poder mantener hacia ella nuestro aprecio y nuestro amor es superar ya una etapa, y es una señal de que el duelo evoluciona adecuadamente.

Quiero reunirme con él

Si después de la muerte de un ser querido es frecuente sentir deseos de reunirnos con él, en caso de suicidio esto es particularmente cierto.

La persona en duelo está en un estado de gran sufrimiento. El que ha muerto nos ha indicado con su conducta que existe una “puerta de salida” a la angustia. Nos ha mostrado de alguna manera un ejemplo que podemos estar tentados de seguir. Es frecuente encontrar en uno mismo semejanzas con la persona fallecida; tenemos tendencia a identificarnos con ella: “nos parecemos tanto”. Hemos podido estar tan unidos a esa persona, que pensamos que no podremos vivir sin ella.

Estos sentimientos suelen ser un terreno abonado para que crezcan en nosotros ideas suicidas. Estos deseos no tienen nada de excepcional. No tienen que asustarnos. Suele ser habitualmente una fase temporal dentro del camino del duelo que ira cediendo poco a poco con el paso del tiempo. Después de un suicidio no nos identificamos solamente con aspectos negativos de la persona fallecida, podemos también hacer nuestros ciertos rasgos físicos y/o cualidades morales del que ya no está.  Es una de tantas maneras de conservar los recuerdos y prolongar la historia de la familia.

No puedo creerlo

"¡No, no es verdad, no, no es posible!"
La primera actitud ante la muerte es el rechazo. Esta es una reacción universal y normal. ¿Podemos aceptar el suicidio?. ¿Cómo no vamos a rechazarlo con todas nuestras fuerzas?. 

Hasta muchos años después, en determinados momentos, nos puede resultar todavía difícil de creer:
"¿No habrá sido solamente una pesadilla?"

Pero por otro lado, es imposible negar la terrible realidad. La posibilidad del suicidio puede resultar a veces insoportable, y podemos aferrarnos a otras hipótesis, sobretodo cuando las circunstancias de la muerte nos pueden hacer pensar en un accidente o en un homicidio. En algunas personas, el rechazo de la realidad del suicidio no cede con el tiempo, se agrava y puede llegar a  convertirse en un estado de negación permanente. El trabajo de duelo se bloquea y puede aparecer una depresión prolongada y otras complicaciones.

El rechazo y la negación hay que respetarlos entendiéndolos como signos de un gran sufrimiento. Normalmente van cediendo con el paso del tiempo.

Siento mucha rabia

El suicidio provoca rabia. Es normal sentirse enfadado, enfadado con el destino “es injusto morir así”, enfado hacia todos aquellos que consideramos de alguna manera responsables, enfado hacia la sociedad, a veces hacia Dios

"¿Cómo ha podido permitir semejante tragedia?”

La rabia y el enfado pueden dirigirse también hacia el propio fallecido. El suicidio puede vivirse como una traición, como una falta de amor, como una falta de responsabilidad, como una debilidad: "Cómo ha podido hacer esto".

La rabia es una reacción habitual en el duelo después de un suicidio. Si no nos permitimos vivir hasta el final este sentimiento cuando aparece, corremos el riesgo de que surja de nuevo más adelante complicando el duelo. La rabia suele aparecer mezclada con otros sentimientos como la pena, el amor, el apego. Por eso la persona en duelo suele buscar la manera de reprimirla, de taparla, al considerarla  “inadecuada”, cuando en realidad es una emoción normal y en absoluto reprochable.

Tengo miedo

El suicidio, aunque haya habido señales previas de alerta, es vivido por los allegados como una verdadera hecatombe:
"Me siento totalmente abrumado, descorazonado por lo que ha pasado"

Cuando un adolescente se suicida, sus padres temen por sus hermanos, como si el suicidio fuera de alguna manera contagioso. El miedo a que pase otra desgracia es frecuente: ¡estamos viviendo un drama y podría ocurrirnos otro!. Los hijos que han perdido a sus padres por suicidio tienen a veces miedo de llegar a hacer lo mismo que ellos cuando tengan su misma edad. Cualquier duelo importante y especialmente después de un suicidio, puede menoscabar nuestra confianza en la vida y en el futuro:

"¡Ahora puede pasar cualquier cosa!".

Con cada dificultad que aparece, la persona en duelo suele tender a esperar lo peor. Con el paso del tiempo este miedo a vivir se va atenuando.

Siento vergüenza

Aunque casi todas las religiones reprueban el hecho del suicidio, ya no condenan como antes a la persona que se suicida. En oro tiempo, quitarse la vida era considerado una trasgresión de las leyes sociales y religiosas. Desde los orígenes de la humanidad el suicidio ha sido considerado como una mala muerte, creándose distintos rituales de purificación para el grupo social. En la Iglesia Católica, los funerales para personas que se habían suicidado están admitidos desde 1963. La justicia tampoco fue mucho más indulgente, hasta la revolución francesa se acostumbraba a infringir al cuerpo del suicidado una especie de segunda muerte. 

Aunque hoy en día estas costumbres han cambiado, las actitudes que había detrás han dejado su huella. Todo esto muestra que existe un halo de vergüenza que rodea al hecho del suicidio. Esto puede contribuir a que la familia, en un entorno muy conmocionado por esta muerte, no encuentre todo el apoyo que hubiera podido necesitar. Esto solo puede contribuir a hacer el duelo más difícil si cabe.  

Afortunadamente nuestra manera de pensar va evolucionando, cada vez se habla más de lo que hasta hace poco no era más que un tabú, y la manera como nuestra sociedad mira el suicidio se va liberando poco a poco de los lastres del pasado.

Si hubiera...

"Me siento culpable de no haberme dado cuenta, de no haber sido capaz de percibir alguna señal de alarma, de no haber estado presente en el momento oportuno…"

Los sentimientos de culpabilidad suelen ocupar una gran parte de las vivencias de cualquier persona en duelo. Son más intensas cuando se trata de una muerte por suicidio, y todavía más intensas si cabe cuando se trata de una persona joven. Es frecuente dejar de lado todos los buenos recuerdos, así como todo lo que hemos hecho de bueno y positivo por esa persona.

Es perfectamente natural que no se nos pase por la cabeza la posibilidad del suicidio cuando una persona cercana está pasando por un mal momento, y menos todavía si no lo menciona para nada.

Solo a posteriori podremos encontrar sentido o explicación a palabras y comportamientos de la persona fallecida, que de ninguna manera hubieran podido ser interpretados de la misma manera en aquel momento.



Ha dejado de sufrir

A menudo el suicidio ocurre después de un tiempo, a veces muy largo y agotador, de dificultades de todo tipo, tanto para la persona que se suicida como para su familia y allegados. 

Otras veces el suicidio ocurre de manera brutal e imprevista, haciendo el duelo especialmente difícil. Las dificultades previas pueden ser muy variadas, pero en general suelen ser consecuencia de una enfermedad, frecuentemente una depresión. El suicidio de una persona depresiva, a menudo después de varias tentativas más o menos graves, es una experiencia muy dolorosa y desgarradora, pero que suele acompañarse también de un sentimiento de al menos ahora ya no sufre más, que ya ha descansado. Todos los que han vivido y sufrido con él y por él tanto dolor, experimentan también un sentimiento de alivio con la muerte. Es un sentimiento generalmente difícil de aceptar en su propio corazón, y especialmente difícil de expresar delante de otros. 

Este sentimiento de alivio puede aumentar también la culpabilidad.

Es normal sentir alivio después de cualquier experiencia difícil. Eso no significa un menosprecio a la persona fallecida,  simplemente deja constancia de que lo vivido ha sido especialmente duro.

Cuánto sufro.

"Este sufrimiento es tan intenso, tan profundo. Sufre mi cuerpo, mi corazón, mi alma, todo mi ser sufre. Es natural que me duela, le quería tanto..."

"Me siento vacía, agotada, todo se me hace un mundo; cualquier cosa me exige un esfuerzo para en que no tengo fuerzas. No tengo apetito, no consigo dormir bien…"

Este dolor tan intenso, aunque es normal, resulta muy duro de llevar en el día a día. Este cansancio y esta sensación de agotamiento se suman al propio sufrimiento por el dolor de la pérdida y constituyen lo que se llaman síntomas depresivos del duelo. En todo duelo importante hay que atravesar por esta fase depresiva. Esta suele ser más intensa y prolongada después de una muerte por suicidio.

"Físicamente me encuentro cada día peor y no encuentro sentido a mi vida".

En esta situación no es raro descuidar la propia salud, enfermarse con más facilidad, incluso tener ideas negras. 

Guardarse todo para uno no es la mejor solución en estos momentos. Desahógate, llora, grita … Deja que las emocionen salgan, no las pares, que digan lo que tiene que decir, déjalas salir hasta que te vaya pudiendo el cansancio, descansa entonces.

Al luchar contra el sufrimiento solo consigues aumentarlo y prolongarlo. Es mejor no resistirse al dolor, abandonarse a él. 

Después de una muerte por suicidio suele ser necesario algún tipo de ayuda para poder superar esta fase de depresión. 

Algún soporte profesional puede ser de gran ayuda, incluso si existe un buen apoyo de la familia, amigos, etc. En algunos casos también puede valorarse como necesario la ayuda de medicamentos.

Nadie puede comprenderme.

Después del suicidio de un ser querido un doloroso sentimiento de soledad se puede ir apoderando poco a poco de nosotros.  Los más cercanos tienen tendencia a replegarse sobre ellos mismos y a vivir la enorme pena que sienten en familia, desligándose sin darse cuenta de la vida social que llevaban hasta entonces.

Otros familiares, los amigos, los vecinos no saben muy bien qué hacer, qué decir. Sin embargo suele ser reconfortante encontrar personas que te demuestran su preocupación y su deseo de ayudarte sin ni siquiera habérselo pedido. Hasta parece que esas ocasiones todo sea más fácil. La mayoría de las veces las personas quieren ayudar pero no saben cómo. 

No se atreven, tienen miedo de herirte, y terminan muchas veces por no hacer ni decir nada. Es bueno que aprendamos a pedir ayuda. “Mi familia y mis amigos no se negarían a ayudarme si les necesito”

Aceptar una invitación para salir y distraerse suele resultar difícil, especialmente al principio: pasar un rato agradable puede vivirse como una traición hacia la persona muerta. 

Pero estos encuentros nos suelen hacen bien:
"En algunos momentos tengo necesidad de dejarme cuidar,  de rodearme de afecto"

El suicidio es una forma de violencia

El suicidio es una violencia extrema. La persona que se suicida ejerce sobre si  misma una violencia que destruye su cuerpo, maltratando su imagen, su identidad. 

Inconscientemente ejerce también violencia en las personas que ama, infringiéndoles una herida profunda e imborrable. 

Tenemos que vivir con esta violencia que parece se haya quedado grabada en nosotros. Si hemos encontrado el cuerpo, y especialmente si este estaba lesionado o desfigurado, nos pueden asaltar imágenes traumáticas. Estas imágenes pueden aparecer también aunque solamente nos hayan relatado lo sucedido. Estas imágenes, que pueden aparecer igualmente en los sueños, constituyen a veces un obstáculo en la evolución del duelo. Cada vez que pensamos en la persona que se ha suicidado estas imágenes irrumpen en nuestro pensamiento y en nuestro corazón. Solamente con el paso del tiempo, y si hemos podido hablar de ello, otros pensamientos y recuerdos más felices irán sustituyendo a éstos. Es necesario llegar a poner palabras a estas imágenes traumáticas y si es posible expresarlas a una persona de confianza para poder avanzar adecuadamente por el camino del duelo.

¿Para qué una investigación si todos sabemos que se ha suicidado?

En este tipo de muertes el juez suele ordenar una investigación. Esto podemos vivirlo como un dolor añadido. 

Esta investigación permite saber con certeza las causas de la muerte, precisar las circunstancias que la rodearon y eliminar otras posibles hipótesis. En las semanas siguientes pueden surgir muchas preguntas, a veces incluso de manera obsesiva. 

Le damos vueltas a lo que pasó justo antes de la muerte y nos pueden asaltar las dudas. El resultado de la propia investigación suele disiparlas. La presencia de la policía no es indicativa de ninguna sospecha, su labor es simplemente reunir las pruebas materiales y los testimonios que permitan conocer mejor las circunstancias personales y administrativas relacionadas con el suicidio.

El cuerpo de su ser querido tiene que ser trasladado a un servicio de medicina forense para que se le realice un examen o una autopsia. El cualquiera de los dos casos se trata de un examen médico donde prima siempre el máximo respeto al cuerpo de la persona fallecida. Estos exámenes son también necesarios para confirmar las causas de la muerte y permiten asimismo  apreciar la existencia de posibles enfermedades. 

Pasadas unas semanas después del deceso el médico forense podrá, gracias a las pruebas realizadas, responder a todas sus preguntas.

Dónde encontrar ayuda.

Frecuentemente el suicidio esta rodeado de un halo de silencio. No sientes ganas de hablar de ello y percibes que las demás tampoco quieren que se les hable sobre lo sucedido.

Y sin embargo HABLAR TE SIRVE DE DESAHOGO. ¿Con QUIEN hablar, pues?

La actitud más natural sería hablar primero con la propia familia, con aquellos que sentimos más cercanos.  A veces esto no es posible, bien porque existen tensiones o conflictos anteriores, o bien porque cada uno busca de alguna manera con su silencio proteger a los demás. Podemos hablar entonces con un amigo de confianza, alguien que pensemos que pueda escucharnos con interés y delicadeza, sin juzgarnos ni a nosotros por lo que decimos y sentimos, ni tampoco a la persona fallecida. Podemos también hablar con un médico de confianza. El nos escuchará y podrá orientarnos, si es necesario, hacia algún especialista. 

También podemos hablar con un sacerdote o acompañante espiritual. Existen también asociaciones que se dedican a escuchar, acoger y acompañar a personas que sufren la pérdida de un ser querido. Están formadas por profesionales y voluntarios especialmente preparados para escucharnos y orientarnos en el proceso de duelo.  

No lo olvidaré nunca... la vida continua.

En otro tiempo, el duelo y el luto venían en gran parte determinado por convencionalismos sociales. Hoy en día, las costumbres y los rituales en torno a la muerte están desapareciendo dificultando la vivencia del duelo. Esto hace que muchas familias tengan que encontrar su propio camino. 

Dejemos pues tiempo al tiempo. La duración del trabajo interior del duelo es variable. El duelo después de un suicidio puede durar años. Sus particularidades multiplican los obstáculos que podemos encontrarnos. Podemos sufrir todavía bastante durante el segundo y tercer año, incluso más tarde, y esto no tiene nada anormal. No sería una razón suficiente para considéralo como un duelo patológico, se trataría simplemente de un duelo más difícil.

Progresivamente la carga afectiva va disminuyendo; no olvidamos lo que ha ocurrido pero el tiempo va haciendo su papel. El dolor se va calmando. Ocurre lo mismo que con una herida, ésta cicatriza muy lentamente. Pero la cicatriz también queda, y nos puede molestar de vez en cuando. Así se explica porque a veces nos duele, especialmente en aniversarios y celebraciones, o simplemente cuando miramos una foto o una prenda de vestir. Pero ahora, cuando evocamos a nuestro ser querido, el dolor es más suave, es más como una nostalgia honda. Y se va haciendo posible volvernos de nuevo hacia la vida, iniciar poco a poco nuevas relaciones, nuevos apegos. Amar otra vez la vida no quiere decir olvidar al otro. Conjugando los recuerdos con las realidades del momento, el presente y el futuro se enriquecen con la evocación del pasado.


Carta a un ser querido después de un suicidio.

"Te escribimos para decirte cuánto te echamos en falta y cómo ha cambiado la vida desde que nos has dejado. Aún no nos hemos repuesto de lo sucedido, y nos duele que no nos dijeras adiós.

A veces nos sentimos resentidos contigo por el inmenso dolor que nos has causado. A veces nos sentimos enojados con nosotros mismos por no haber sabido prevenir la tragedia.

Lamentablemente no hemos podido escoger en tu lugar, porque, si esto hubiera sido posible, tú estarías aún entre nosotros.

Pensamos siempre  en ti, aun cuando los recuerdos nos entristecen.

Sin embargo no hemos renunciado a vivir y a tener esperanza, a pesar de la amargura.

Tal vez nos habrás visto un poco más sonrientes: nuestro deseo es que tu hayas encontrado la paz que buscabas.

En nuestra plegaria pedimos poder abrazarte de nuevo al final de nuestros días.

Con todo nuestro cariño: Tu familia".
(Tomado de Arnaldo Pangrazzi)

Fuente: vivirlaperdida.com

viernes, 10 de julio de 2015

El duelo en la mujer cuando muere su pareja

Vivir la muerte de un ser querido es probablemente una de las cosas más  difíciles por las que pueda pasar un ser humano. La experiencia es única y distinta para cada persona y ninguna pérdida es comparable a otra, por lo que cada doliente siente y expresa su dolor de una sola manera, la suya.





A continuación te presentamos algunas sensaciones, sentimientos y reacciones experimentadas por otras personas que atraviesan tu misma situación.



 Cuando muere tu pareja...

...el dolor que sientes puede ser tan terrible y dispara emociones tan fuertes, que te darán miedo y te parecerán imposibles de soportar...

...o puede que no sientas tanto dolor como esperabas..., o que no sientas nada..., y es que estás bloqueada..., no pienses que no le querías o que eres mala, no enterarte muy bien de lo que pasa es una defensa de la mente para no romperse...

...puedes desesperarte, estar enfadada con todos y contigo misma..., rabiosa, agresiva, irritable…, y sentirte celosa de las otras parejas…, o culpable por no insistir más en que dejara de fumar o se cuidara; se lo dijiste tantas veces... y no te hizo caso..., e incluso experimentar alivio... porque finalmente ha dejado de sufrir..., y se acabó todo... 

Tener estos sentimientos es lo normal en tus circunstancias, no eres un bicho raro ni te vas a volver loca…, eso sí serán unos sentimientos muy intensos y te vendrán a tirones... y cuando te sacuden parece que te partes de sufrimiento…, llora..., llora profunda y amargamente..., será un desahogo y el nudo de tu pecho se irá deshaciendo.

Continuamente te preguntarás ¿por qué?, ¿por qué ahora? que estabais tan bien..., lo teníais todo..., él había empezado a cuidarse..., jubilado… ¿por qué él?, es injusto..., y todo sigue igual... Para todo esto nadie tiene respuestas..., pero quizás tu encuentres algún sentido a lo que te ha ocurrido..., o no.

Observarás que todos te evitan -a veces médicos y enfermeras incluidos- ...tranquila, no estás apestada, no tienes la culpa de nada..., el problema es nuestro, la muerte nos pone nerviosos... La gente no acertará a decirte nada sensato... o utilizará frases hechas del tipo de: “....bueno, mejor así, para como estaba…, te acompaño el sentimiento..., lo sentimos, pobrecita....”; o te pregunte: “¿como estás?...” y en vez de aliviarte te enfades todavía más y pienses: “...éste es tonto, pues como voy a estar... mal…, como puedo estar si se ha muerto mi marido, ¡mal!… ¡que cosas me preguntan…! No lo tengas muy en cuenta..., tiene su explicación: ¡¡¡la muerte nos aterroriza!!!

Quizás encuentres algo de alivio en hablar con otras viudas o personas de tu entera confianza, o si escribes una carta a tu marido, o le hablas a su foto, o escribes un diario sobre lo que te está ocurriendo, o preparas un álbum de fotos de cuando él vivía...





Puede que notes...

un nudo en la garganta, como un tropiezo que incluso te molesta al tragar y no se te va con la tos.

tensión muscular en el cuello o en la espalda..., o en todo el cuerpo.

dolores y molestias en el pecho, como que algo te aprieta... y no te lo puedes soltar..., o que te atraviesa y te desgarra..., o sensación de tener un nudo en el estómago y en la tripa.

dificultades para dormir..., te cuesta conciliar el sueño o te despiertas a la mínima de madrugada y no puedes volver a dormir.

mucho nerviosismo, como ansiedad, que no puedes parar por dentro..., o auténtico pánico.

falta de apetito o que no puedes dejar de comer.

que ves a tu marido, que le oyes o le sientes...

como un casco entre la frente y la nuca que te aprieta toda la cabeza.

sensación de tener un nudo en el estómago o malas digestiones.

dolores de tripas, estreñimiento o diarreas, o ambos.

dificultades para concentrarte.


... y que sientas...

tristeza, melancolía, depresión.

falta de memoria.

culpa y reproches continuos por cosas que ocurrieron, o por las que no ocurrieron, en la relación a tu marido.

enfado, irritabilidad o verdadera rabia, dirigida contra tus familiares, médicos, enfermeras, contra ti misma, contra Dios o contra tu propio marido.

que te entren las ganas de llorar de repente y no puedas controlarlo.

cambios de humor repentinos.

incomodidad al estar con otras personas o, por el contrario, que no quieras estar sola por nada del mundo.

pensar que lo que te ha ocurrido no es cierto, que tu marido no ha muerto, que realmente no ha pasado nada, que todo 
era un sueño, una película.

como que haces las cosas automáticamente, igual que un robot.

un vacío y falta de ganas de vivir o incluso deseos de morirte para irte con él.

pensamientos que te acosan, acerca de si las cosas hubieran ocurrido de otra manera, y los rumias... y les das vueltas y más vueltas...

miedo al futuro y a la soledad.

deseos de desaparecer, de irte a no sé donde, o de trabajar mucho para huir del dolor que tienes.

sentir que estás enloqueciendo cuando la intensidad de los sentimientos te sobrepasan.





¿Qué puedes hacer para sentir cierto alivio y consuelo?

cuidarte física y mentalmente, darte tiempo…

al principio no te fuerces a comer más de lo que te apetezca.

trata de hacer ejercicio físico regular: pasear, correr, nadar, andar en bici… te ayudará a relajarte.

¡ojo! al café, te pone más nerviosa y te da más angustia; 

¡cuidado con el alcohol!, puede llevarte a la depresión; controla el tabaco, se puede convertir en un problema serio; y utiliza los medicamentos razonablemente, si tienes dudas al respecto consulta con tu médico de familia. 

procura llevar una vida lo más equilibrada posible, donde tengas un tiempo para el reposo, el trabajo, y la reflexión o la oración si eres creyente.

sé muy paciente contigo misma; recuerda que lo que te ocurre es normal en tu situación, aun cuando a menudo te encuentres desbordada y desorientada.

intenta mantener el contacto con los que te quieren: familiares, amigos,... y si por tu dolor te habías apartado... 

vuelve poco a poco a relacionarte con ellos; es importante tener familiares y amigos con los que puedas hablar, te ayudarán.

no te importe volver a contar lo que ocurrió, habla de cómo falleció…, de lo que sentiste, lo que hiciste…

revisa los recuerdos de tu vida en común, los buenos… pero también los malos, te aliviará.

ten presente que tu dolor es único, es tuyo, y por lo tanto no es comparable; no midas, pues, lo que progresas comparándote con otros, no sirve.

permítete llorar, el llorar profundamente alivia de verdad, es un desahogo y una “salida” a tu dolor acumulado.

cuando te venga la culpa, reflexiona… y repasa lo que hiciste, “hice esto, y lo otro, y lo de más allá…”, ¿de verdad piensas que podías haber hecho más de lo que hiciste…?

el luto interior lleva su tiempo y las emociones van y vienen, y a veces -como decíamos antes- a golpes, ve a tu ritmo.

quiérete y no seas muy crítica contigo misma, insistimos, tómate tu tiempo.  

busca sostén tanto dentro como fuera de la familia; tus familiares son seres humanos y tienen sus limitaciones, 

piensa que probablemente cada uno tenga lo suyo, para ellos era su hermano, su padre…

a muchos se nos ha educado para ser independientes y nos cuesta pedir ayuda, pero todos la necesitamos; solicita ayuda y acepta la que se te ofrece.

te aseguramos que llegará un momento en el que tu vida volverá a encarrilarse, pero también te decimos que nada será igual, hay un antes y un después, y por eso te recomendamos que busques nuevas maneras de hacer las mismas cosas que antes hacías y que hagas cosas diferentes, piensa que ahora siempre hay alguien que te puede ayudar desde el otro lado.
permítete volver a vivir.


Piensa que... no estás enferma... solamente estás penando tu pérdida, llorándola..., que sufres toda tú, tu cuerpo y tu espíritu, y por eso te duele todo..., te duele hasta el alma, estás mal, tus tripas, tu corazón, tu cabeza, tus nervios... toda tú..., y para esto... no hay medicamentos, por eso a veces es tan difícil que encuentres ayuda profesional. Sin embargo, poco a poco, médicos, enfermeras, psicólogos…, vamos tomando conciencia de que podemos ayudar, y en eso estamos…

Finalmente... ¡¡recuerda que todos somos diferentes y únicos!!... y que por lo tanto este folleto te ha podido servir... o no... o incluso enfadarte más... ¡¡todo puede ser!!


Puedes recurrir a los siguientes libros de autoayuda, a algunas personas les sirve:

“Vivir sin él. Cómo superar el trauma de la viudedad” de Joyce Brothers, editado por Grijalbo, Barcelona, 1992.

“No estás sola cuando él se va, consejos de viuda a viuda” de Genevieve Davids Ginsburg, editado por Martinez Roca, Barcelona, 1999.

“La muerte un amanecer” de Elisabeth Kübler-Ross, editado por Luciérnaga, Barcelona, 1991.

“El camino de las lágrimas” de Jorge Bucay, editado por Grijalbo, Barcelona 2003


Para elaborar este documento nos hemos inspirado en:

“Cuando muere un ser querido” del Programa de Donación y Transplantes del Departamento de Salud del Gobierno de Navarra.

“Your bereavement” del St. Christopher’s Hospice de Londres, Inglaterra.

“Grief and Bereavement” del Sir Michael Sobell House Hospice de Oxford, Inglaterra, por Marilyn Relf, Ann Couldrick y Heather Barrie.

“What do we need during grief” del Hilltop Hospice, Grand Junction, Colorado, por Mary Ann Harter Hanson.“What do we need during grief” del Hilltop Hospice, Grand Junction, Colorado, por Mary Ann Harter Hanson.

“Grupo de Duelo de Kueto” del Centro de Salud de Kueto, Sestao, Vizcaya, funcionando desde 1997, por Jesus A. García-García y Olga Oruña. Información: 94 600 7880

“Cruse Bereavemente Care”, organización inglesa sin ánimo de lucro, fundada en 1959, para el apoyo a personas en duelo. Website: www.crusebereavementcare.org.uk

“The experience of grief” de la National Association of Bereavement  Services de Londres, Inglaterra.

“Un antes y un después...” del Grupo de Ayuda Mutua para padres que han perdido hijos: Renacer, Barcelona y Sestao (Vizcaya). Información: 93 761 3045, 94 499 3839,  657 71 0855. 

Gracias a todos ellos, pero especialmente a las personas en duelo que han compartido su dolor

viernes, 5 de junio de 2015

POEMA: El Amor no desaparece Nunca

Henry Scott Holland (27 enero 1847 - 17 marzo 1918) fue profesor de la Universidad de Oxford y canónico de la Catedral de San Pablo de Londres. Esta palabras que para algunos pueden ser reconfortantes ante la muerte de un ser querido,   forman parte de un histórico sermón  que pronunció en  mayo 1910 tras la muerte del rey Eduardo VII ,  en el que explora las respuestas naturales, pero aparentemente contradictorias a la muerte: el miedo a lo inexplicable y la creencia en la continuidad . Al día de hoy se sigue repitiendo muy frecuentemente en los funerales británicos.





"El amor no desaparece jamás. 
La muerte no es nada. 
Sólo he pasado al cuarto de al lado. 
Yo soy yo , tú eres tú. 
Lo que éramos los unos para los otros lo somos siempre. 

Dadme el nombre que siempre me habéis dado.
Háblame como siempre lo habéis hecho. 
No uséis un tono diferente.
Seguid riendo de lo que juntos nos hacia reir.
Sonreíd pensad en mi, rezad por mi .


En el cementerio de San Fernando de Sevilla, nos encontramos
bajo el busto del Gran Poder un modesto azulejo con este texto

Que mi nombre sea pronunciado en casa, 
como siempre lo fue,
la vida significa lo que siempre ha significado.
Es lo que siempre ha sido. 

El hilo no esta cortado.
¿ Por que tendría que estar fuera de vuestros pensamientos,
simplemente porque estoy fuera de vuestra vista ?
Os espero, no estoy lejos . 
Justo al lado del camino
Veis Todo va bien "



domingo, 31 de mayo de 2015

EL PROCESO DE DUELO: Cómo superar la muerte de un ser querido

Sobrellevar con la pérdida de un amigo cercano o un familiar podría ser uno de los mayores retos que podemos enfrentar. 




La muerte de la pareja, un hermano o un padre puede causar un dolor especialmente profundo. Podemos ver la pérdida como una parte natural de la vida, pero aún así nos pueden embargar el golpe y la confusión, lo que puede dar lugar a largos períodos de tristeza y depresión.


Todos reaccionamos de forma diferente a la muerte y echamos mano de nuestros propios mecanismos para sobrellevar con el dolor que ésta conlleva. Las investigaciones indican que el paso del tiempo les permite a la mayoría de las personas recuperarse de la pérdida si pueda contar con apoyo de su entorno social y mantenga hábitos saludables. Aceptar la muerte de alguien cercano puede tomar desde meses hasta un año. No hay una duración “normal” de duelo. Usted tampoco debe anticipar que va a pasar por “fases de duelo” – investigaciones recientes han surgido que la mayoría de las personas no pasan por estas fases de forma progresiva.

Si usted ha tenido una relación difícil con la persona fallecida, esto puede añadir otra dimensión al proceso de duelo. Podría necesitar reflexionar por algún tiempo antes de lograr mirar la relación con nuevos ojos y acostumbrarse a la pérdida.

Si tomamos en cuenta que la mayoría de nosotros puede superar la pérdida y continuar con nuestras vidas, nos damos cuenta de que los seres humanos, por naturaleza, tenemos una gran capacidad de resiliencia. Pero algunas personas lidian con el duelo por más tiempo y se sienten incapaces de llevar a cabo sus actividades cotidianas. Estas personas podrían pasar por lo que se conoce como duelo complicado y les podría beneficiar la ayuda de un profesional de salud mental calificado como un psicólogo que se especialice en el duelo.





Cómo continuar con la vida después pérdida de un ser querido


Superar la pérdida de un amigo cercano o algún familiar toma tiempo, pero las investigaciones nos sugieren que esto puede ayudar a alcanzar un renovado sentido de propósito y dirección en la vida.

A las personas que están pasando por el duelo podrían resultarles útiles algunas de estas estrategias para lidiar con su pérdida:

* Hable sobre la muerte de su ser querido con amigos y colegas para poder comprender qué ha sucedido y recordar a su amigo o familiar. Negarse que ocurrió la muerte lleva al aislamiento fácilmente y puede a la vez frustrar a las personas que forman su red de apoyo.

* Acepte sus sentimientos. Después de la muerte de alguien cercano, se puede experimentar todo tipo de emociones. Es normal sentir tristeza, rabia, frustración y hasta agotamiento.

* Cuídese a usted y a su familia. Comer bien, hacer ejercicio y descansarse le ayudará a superar cada día y a seguir adelante.

* Ayude a otras personas que también lidian con la pérdida. Al ayudar a los demás, se sentirá mejor usted también. Compartir anécdotas sobre los difuntos puede ayudar a todos a lidiar con la pérdida.

* Rememore y celebre la vida de su ser querido. Usted puede hacer un donativo a la entidad benéfica predilecta del difunto, enmarcar fotos de momentos felices que vivieron juntos, ponerle su nombre a un nuevo bebé o plantar un jardín en su memoria. La elección es suya — sólo usted sabe cuál es la forma más significativa a su mismo de honrar esa relación única.

Si siente que sus emociones le abruman o que no puede superarlas, quizás hablar con un profesional de salud mental calificado como un psicólogo le podría ayudar a lidiar con sus sentimientos y recuperar el rumbo para salir adelante.





Cómo pueden ayudarle los psicólogos


Los psicólogos reciben una formación que les permite ayudar a las personas a manejar de forma más productiva el temor, el sentimiento de culpa o la ansiedad que puede venir como resultado de la muerte de algún ser querido. Si usted necesita ayuda para lidiar con su pena o manejar la pérdida de alguien cercano, consulte con un psicólogo u otro profesional de salud mental calificado.

El apoyo de un psicólogo le podría ayudar a desarrollar resiliencia y a buscar estrategias para superar la tristeza. Los psicólogos usan una variedad de tratamientos con base empírica — comúnmente la psicoterapia — para ayudar a las personas a mejorar sus vidas. Éstos poseen grados doctorales y se encuentran entre los profesionales de la salud con mayor preparación académica.


Este artículo del Centro de Apoyo es una adaptación de un comentario colgado por la doctora Katherine C. Nordal en marzo de 2011 en el blog Your Mind Your Body de la APA (Asociación Americana de Psicología)
Los artículos y textos del Centro de Apoyo pueden ser reproducidos íntegramente, siempre y cuando se acredite que provienen de la Asociación Americana de Psicología.

miércoles, 29 de abril de 2015

EL
 PROCESO DE DUELO 
EN 
LOS 
NIÑOS

Bastantes
 adultos
 consideran
 que
 los
 niños
 pequeños
 no
 comprenden
 la
 muerte
 ni
 se
 sienten 
afectados 
por 
ella, 
pero no
 es
 así. 
Esta
 falsa 
idea 
se 
desprende 
de 
su
 forma
 de 
comportarse 
muchas
 veces
 como
 si
 no
 hubiera
 pasado
 nada. 
El
 niño
 tiende
 a
 vivir
 más 
en
 el
 presente, tiene 
lapsos 
de 
atención 
más 
cortos 
y 
se 
distrae 
con 
facilidad, 
por 
lo 
que 
son 
más 
las ocasiones 
en las
 que
 puede
 olvidarse
 de
 su
 aflicción, actuando
 como
 si
 nada
 hubiera
 pasado.
 Eso
 no
 quiere decir
que 
haya 
olvidado 
al 
difunto
 o
 que 
no 
lo 
eche 
de 
menos
.




Diversas
 investigaciones 
comprueban
 que 
los 
niños
 son
conscientes 
de 
la 
muerte
 y
 pueden sentir 
una 
gran 
aflicción
por 
la 
de 
un 
ser 
querido. 
Los 

niños 
alcanzan 
un
entendimiento 
de 
ambos,
 enfermedad
 y
 muerte,
 en
 diferentes
 etapas,
 a
 través
 de
 un
 proceso
 que
 depende
 de
 su
 nivel evolutivo
 y
 madurez 
cognitiva, 
más 
que 
de 
su 
edad
cronológica. 





Generalmente
 a
 partir
 de
 los
 nueve
 años 
los
 niños
 poseen
 una
 noción 
madura
 de 
lo
 que
 significa 
morir,
 aunque
 esta 
edad
puede
 verse
 considerablemente
 disminuida,
 y
 así 
se 
ha demostrado 
que 
algunos 
niños muestran
 conciencia
 de 
la universalidad 
de 
la 
muerte
 tan 
pronto 
como 
a 
los 
cuatro 
años.
 Estudios realizados 
con 
niños 
que 
padecen
 una enfermedad
 terminal
 han 
revelado
 por 
ejemplo 
que, 
como consecuencia 
de 
su 
experiencia 
directa 
y 
cotidiana 
con ella, 
tienen
 de
 la 
muerte
 un 
conocimiento más 
exacto, completo 
y 
profundo, 
que 
niños 
saludables
 de
 su 
misma 
edad.

Otras
 experiencias
 personales
 (muertes
 de
 parientes
 cercanos, 
de 
animales
 domésticos,
 ideas
 transmitidas
 en 
la
 familia 
y 
en 
la 
escuela,
etc.)
 también pueden 
favorecer 
el 
que
los 
niños 
de 
corta 
edad
 consideren 
la 
muerte 
como
 universal 
e 
inevitable.

En
 general,
 el
 desarrollo
 del
 concepto
 de
 muerte
 va
 a
 depender
 de
 tres
 factores
su 
nivel 
de 
maduración,
 su
experiencia 
y 
el 
conocimiento
 del 
tema 
a 
través
 de 
la información
 aportada 
por 
otras 
personas 
(ej:
padres, abuelos, 
profesores, 
etc.).

Las 
teorías 
acerca 
de 
la 
adquisición 
de
 concepto 
de 
muerte 
en
sucesivas 
etapas 
representan
 una
 expansión
 de
 los
 trabajos
 originales
 que
 realizó
 Nagy
 (1948)
 en
 niños
 húngaros
 de
 la posguerra.
 Basándose
 en
 sus 
resultados, 
Nagy
 definió 
tres etapas 
principales 
en 
la 
adquisición
 del concepto 
de 
muerte: la
 muerte 
como 
partida
 o
 sueño, 
la 
muerte 
como 
hecho negativo 
inevitable que 
es 
consecuencia
 de 
malos comportamientos,
 y
 la 
muerte
 como
 una 
experiencia 
universal 
que representa 
el
 final 
de 
la
 vida 
corpórea. 
Algunos
autores,
 posteriormente,
 han 
corroborado
 estos hallazgos
aunque
 otros 
no.

Actualmente, 
más 
que
 el 
establecimiento 
de 
una 
serie 
de
etapas, 
los 
estudiosos
 del 
tema indican
 una
 serie
 de
 ideas
 asociadas
 a
 la
 muerte
 relacionadas
 con
 un
 rango
 de
 edad
 (Die
 trill,
 1996, 
Lafuente,
1996). 
Estas 
son 
las 
siguientes:

Hacia
 los 
cuatro 
o 
cinco
 años 
los 
niños 
empiezan
 a
 desarrollar 
algunas
 nociones
 acerca 
de la 
muerte
 por 
ejemplo, 
el 
niño
 observa
 que 
la 
ausencia 
de 
movilidad
 es 
una
característica 
de 
los organismos
 muertos. 
Piensa 
que 
la
muerte 
es 
algo 
temporal 
causado 
por
 una
 fuerza 
externa 
de 
la

cual 
no 
es 
imposible 
el 
rescate, 
y 
que 
los 
muertos
 comen,
oyen, 
respiran,
 ven 
y 
piensan.
 Durante esta 
etapa 
rige
 el
pensamiento 
mágico. 
Es 
por 
ello 
que 
con 
frecuencia 
la
enfermedad
 y 
la 
muerte se 
perciben
 como 
un 
castigo 
por malos 
pensamientos 
o 
acciones.
 Se
 asocia
 la 
muerte 
a 
la 
vejez
y no
 se
 relaciona
 con
 las
 personas
 próximas,
 ni
 consigo
 mismo.
 

A
 medida
 que
 el
 niño
 crece,
 su
 experiencia
 le
 lleva
 a
 conocer
 otras
 cosas
 que
 pueden
 provocar
 la
 muerte
 además
 de
 la
 vejez:
 accidente, 
enfermedad
 y 
violencia.

Entre
 el
 quinto
 y
 el
 noveno
 año
 (etapa
 escolar)
 el
 niño
 comprende
 que
 los
 organismos
 muertos
 no
 sólo
 permanecen
 inmóviles
 sino
 que
 también
 desaparecen.
 Fantasías
 y
 realidad
 se
 siguen
 confundiendo
 en
 la mente
 del
 niño,
 de
 modo
 que
 no
 es
 sorprendente
 que
 
 relacione
 la
 muerte 
con 
el 
sueño 
o 
con
un 
ser
 sobrenatural.


A
 partir
 de
 los
 nueve
 años,
 la
 mayor
 parte
 de
 los
 niños,
 poseen
 un
 concepto
 maduro,
 abstracto 
de 
la 
muerte 
que
implica: 
universalidad, 
irreversibilidad
 y
 permanencia 
(Die
Trill,
1996).





En
 cuanto
 al 
proceso 
de 
duelo, 
los 
niños
 suelen 
pasar 
en 
su
duelo 
por 
etapas
 similares
 a
 las descritas
 en
 los
 adultos
 (Lafuente,
 1996).
 Los
 síntomas
 más
 comunes
 del
 duelo
 infantil
 son
 conducta
 regresiva
 superdependiente,
 miedos,
 ansiedad
 de
 separación,
 trastornos
 del
 sueño, problemas
 de
disciplina,
 impaciencia 
y 
desasosiego, 
dificultades 
de aprendizaje,
 trastornos 
de 
la alimentación,
 enuresis,
 conducta
 agresiva,
 conducta
 inhibida,
 aislamiento
 social
 tristeza,
 depresión,
 fantasías 
de 
muerte,
 quejas
 somáticas,
sentimientos 
de 
culpabilidad, 
de 
desamparo
 y
 de
 rechazo,
 rabietas, 
y
 explosiones 
emocionales
 (Lafuente,
1996).


Cuanto
 más
 pequeños 
son 
los
 niños
 más 
probable
 es 
que
muestren 
síntomas
 conductuales 
(Lafuente,
1996).

En 
nuestra
 sociedad
 es 
bastante 
habitual
 mantener 
apartados a 
los 
niños 
de 
la 
muerte 
y 
de cuanto
 la
 rodea
 y,
 con
 frecuencia
 se
 les
 oculta
 información
 o
 se
 enmascara, proporcionándoles información
 deformada
 y
 equivoca.
 No
 es
 raro
 que
 se
 le
 diga
 a
 un
 niño
 pequeño
 que
 quien
 ha muerto
 se
 ha
 ido
 de
 viaje,
 que
 ha
 sido
 trasladado
 a
 otro
 hospital,
 que
 es
 como
 si
 se
 hubiera
 dormido, 
o 
que 
se 
ha 
ido 
al 
cielo.
 Todas
 estas
imprecisiones 
pueden
 acarrear
 más 
inconvenientes
 que
 ventajas
 (Lafuente,
1996).

Por
 ejemplo,
 la
 última
 explicación
 resulta
 lógica
 en
 una
 familia
 creyente,
 pero
 provoca discrepancias 
en
 una
 que
 no 
lo
es.
 Y
 en
 cualquier
 caso,
 si
 no
 se 
le
 dan
 explicaciones
 precisas
al
 niño,
 éste
 puede
 pensar
 que
 el
 cielo
 es
 un
 lugar
 distante,
 pero
 del
 que
 se
 puede
 volver.
 La
 explicación
 que
 utiliza 
la metáfora
 del 
sueño, 
puede
 conducir 
a 
que 
el 
niño
 considere
que 
irse 
a dormir
 es 
peligroso. 
El 
viaje 
o 
el 
traslado
 no 
son sino 
una 
forma
 de 
demorar 
la 
noticia.

Hablar 
con
 un
 niño 
acerca
 de 
la
muerte
 suscita
 elevada ansiedad
 en 
los 
adultos,
 pero 
es importante
 que
 fomentemos
 una
 comunicación
 clara
 en
 las
 familias
 donde
 se
 ha producido
 la muerte
 de 
un 
familiar 
significativo
 para 
el 
niño.


Debemos 
tener 
en 
cuenta
 que 
el 
nivel
 cognitivo 
y la experiencia 
de 
un 
niño 
son 
menores,
 por 
lo 
que
 es
 más 
fácil
que 
haga
 inferencias 
erróneas 
si
no se 
le 
ofrece 
información clara
 y
 precisa,
 o
 si
no 
se 
le 
deja 
hacer 
preguntas.
 Por
 eso 
es

importante proporcionar
 al
 niño
 una
 información
 veraz
 y
 adaptada
 a
 edad,
 así
 como
 permitir
 que
 nos
 pregunte,
 aclarando
 sus
 dudas,
 errores
 y
 temores.
 A
 veces
 los
 niños,
 como
 consecuencia
 de
 la
 pérdida,
 pueden
 temer
 otras
 pérdidas
 y
 esa
 ansiedad
 puede
 llevarles
 a
 conductas
 difíciles
 de
 comprender: 
se 
pueden
 mostrar, 
por 
ejemplo, 
muy
 ansiosos 
ante 
cualquier 
situación
 que 
implique separación
respecto
 a
 sus 
figuras 
de 
apego.

No
 existe 
una 
manera
 apropiada
 o 
correcta 
de 
hablar 
sobre 
la
muerte 
con
 un 
niño. 
Si
 existen 
términos 
que 
facilitan
 el diálogo
 y
 maneras 
de 
comunicarse
 que 
favorecerán 
la aceptación 
de la
 información
 por
 parte
 del
 niño,
 y
 la
 expresión
 de
 sus
 ansiedades.
 El
 tono
 de
 voz
 y el comportamiento 
no 
verbal 
frecuentemente
 transmitirán
tanta 
información 
como
 la 
conversación misma.
 De
 ahí
 la importancia 
del 
contacto 
físico 
durante
 la 
discusión. 
Se 
debe hablar 
con
 sencillez y
 ser 
consistentes 
en 
la 
información 
que
se 
transmite.
 Se
 deben 
evitar,
 asimismo, 
las
 explicaciones

demasiado
 detalladas
 que
 puedan
 confundir
 al
 niño,
 y
 los
 conceptos
 que
 se
 transmitan
 deben
 traducirse
 al 
lenguaje 
y
nivel 
de 
comprensión
 del 
niño 
(Die
Trill,
1996).

Se
 debe
 evitar
 el
 uso
 de
 eufemismos
 o
 palabras
 que
 pueden
 crear
 confusión
 o
 tener
 significados
 diferentes
 para
 el
 niño,
 utilizándose
 los
 términos
 “muerte”
 o
 “morir”
 cuando
 sea

necesario.
 Así,
 es
 más
 adecuado
 decir
 “Juan
 se
 ha 
muerto”
 que
 “hemos
 perdido
 a
 Juan”
 o
 que
 “Juan
 está
 haciendo
 un
 viaje
 del
 que
 nunca
 va
 a
 regresar”.
 Se
 debe
 aclarar,
 asimismo,
 que
 la
 muerte
 no
 es
 el
 resultado
 de
 malas
 acciones
 o
 pensamientos,
 así
 como
 se
 deben
 observar
 las
 reacciones 
del
niño 
y 
responder
 a
 sus 
preguntas 
honesta
 y
 sencillamente
(Die
Trill,
1996).